Boletín de la Comunidad Judía Bet Januká de Andalucía

Reflexiones sobre la Parashá Hashavua Nitzabim” (Deuteronomio 29:9-31:30)

“Nuestras circunstancias nos condicionan, sin duda. Nos obligan a adaptarnos constantemente, a cambiar de forma de actuar, cambia a nuestras amistades, nuestro círculo social y familiar. Y es precisamente cómo aceptamos y nos desenvolvemos en esa realidad, lo que nos define plenamente como personas.

Desgraciadamente, el ser humano se equivoca, y sólo así aprende… si quiere, pero sólo si su voluntad no es férrea o inamovible sino modulable, acomodando y redirigiendo su conciencia interior y su manera de actuar exterior, tanto más si cabe en las relaciones humanas, tan frágiles como el cristal y que pueden romperse con demasiada facilidad. La conclusión es que, presos de nuestra rigidez mental y social, nos dejamos llevar con demasiada facilidad por esas circunstancias en vez de intentar reconducirlas, y sin desearlo o la mayoría de las veces sin darnos cuenta, renunciamos a nuestra libertad, abandonándonos a reacciones que más bien tienen que ver con el instinto animal de supervivencia o supremacía, que con obrar en base a los valores de la Torá. Y es que muchas veces confundimos el Bien con mayúsculas con nuestro propio bien particular, esto es, aquello que más nos conviene a nosotros en exclusiva. Y con esos parámetros obramos, y al hacerlo, nos convertimos en esclavos y nos alejamos de nuestros semejantes.

Pero no es así como nos quiere Adonai, intolerantes, inamovibles, impenetrables, sino que, como buen Padre, desea que vivamos en paz, que no alberguemos rencor, que sepamos perdonar las ofensas, y a su vez que sepamos pedir perdón u ofrecerlo sin reservas. Esto es lo que yo entiendo por una verdadera Teshuvá, y para eso el Eterno no admite excusas, prórrogas o disculpas. “Pues esta mitzvá que te ordeno hoy, no está oculta de ti y no está lejos. No está en el cielo, para decir: ‘¿Quién subirá para nosotros al cielo y la tomará para nosotros, y nos la hará entender y la haremos?’. Y tampoco del otro lado del mar está ella, para decir: ‘¿Quién cruzará el mar para nosotros y la tomará para nosotros y nos la hará entender y la haremos?’. Porque esta cosa está muy cercana a ti, en tu boca y en tu corazón, para hacerla” (30:11 – 14).

¿Cuán grande fue la ofensa que me hizo un hermano o hermana que no soy capaz de perdonarla? ¿Cuán grande fue la mía, que no soy capaz de reconocer mi error y pedir humildemente el perdón? Nuestro propio ego se nos presenta como un buen amo, que nos trata bien, nos da la razón, cuida de nuestro bienestar y tranquiliza nuestra conciencia ante cualquier decisión o acto que pueda afectarnos… Aparentemente. Pero no deja de ser otra manera de esclavitud, levantando altos muros que nos aíslan de la verdad o las circunstancias de los demás, que nos impiden ver qué hay más allá de un mal gesto, de una mala palabra, de un desencuentro.

4 atributos

Palabras como “orgullo”, “honor” o “autoestima” se magnifican y desvirtúan por desgracia con demasiada facilidad y con mucha frecuencia. No solemos perdonar nada, ni callarnos ante nada, ni dejar que nada ni nadie nos haga daño. No hace falta entender al otro, ni preguntarle cuáles han sido las circunstancias que le han llevado a ser como es, eso no importa, ¿para qué? No solemos dar muchas oportunidades. Y esos muros nos separan, nos aíslan, y cada día que pasa se hace más difícil derribarlos, y esta Parashá nos pone sobre aviso de que, si no actuamos, puede llegar a ser tarde. Que nada es imposible cuando se hace de corazón, pero que las únicas herramientas de las que disponemos son humildad, para saber reconocer los errores propios, y entender que no somos perfectos y nunca lo seremos; bondad, para asumir que quizá quien estaba al otro lado ya no esté esperando; generosidad, para desprendernos de nuestra verdad como absoluta y abrazar la de los demás y, sobre todo, paciencia para saber esperar al otro según sus necesidades, según sus circunstancias, que no son las nuestras.

La Rabbi Alona Lisitsa afirma que, de cara al ejercicio de Teshuvá propio de los Yamim Noraim que estamos a punto de comenzar, ciertamente es mucho más difícil pedir y obtener el perdón de los demás por nuestras ofensas, que del Eterno por nuestras transgresiones contra Él, pero pese a ello, la Rabbi nos anima a intentarlo con ahínco, a ser valientes y decididos para, de ese modo, vivir en plenitud una verdadera tranquilidad de conciencia. Yo humildemente, también añado que es igualmente muy difícil perdonar a los demás; a veces, porque quien nos ofendió, no se ha retractado o, simplemente, ni siquiera se ha dirigido a nosotros pidiendo ese perdón. A veces, porque simplemente creemos que ya es tarde.

Pido a Dios, que no permitamos que lo único que nos quede cuando existan barreras entre nosotros sea el llanto y la nostalgia de lo que antes era y ya no es, de lo que pudo ser y no fue. Aprendamos a pasar página y acercarnos más que a alejarnos, a ver más lo que nos une que aquello que nos diferencia, porque esto último no es nunca tan importante como nos creemos. Y no tengamos miedo a cambiar de opinión, de actitud, de forma de ver a los demás, ya que, como dijera María Guadalupe Munguia en su poema Karesansui: “A veces, sólo a veces… Retirarse no es rendirse, ni estar en contra es agredir. Cambiar no es hipocresía, y derrumbar no es destruir. Shabat Shalom. Rafael Mateo

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Tema de estudio esta semana

La parashá Nitzabim y el concepto de «teshuvá» en el judaísmo

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